Cuando te excluyes de tu propia bondad

En el artículo anterior comenté que los autónomos pueden estar sufriendo inconscientemente la dualidad de ser al mismo tiempo el jefe y el empleado.

Sin embargo, pienso que muchas más personas se excluyen de su propia bondad, llevan dentro una lucha entre un torturador inquisitorial y una víctima desamparada que está privada de sueño, descanso, comida… y bondad.

Un verdugo con una espada amenaza con decapitar a un ángel arrodillado.

¿Cómo detectar que te excluyes de tu propia bondad?

Un empleado/a puede estar identificando los rasgos más sádicos de su verdugo interno en su propio jefe/a, por lo que le es mucho más difícil darse cuenta de que, si esa figura de autoridad tiene tanto poder, es porque secretamente una parte interna suya está de acuerdo con ella.

Ejemplo 1: “yo trabajo más que nadie”

Sin que te lo pidan, eres el primero en llegar a la oficina y el último en salir, te responsabilizas de más temas de los que te corresponden y puedes llegar a hacer más trabajo que tu propio jefe/a.

Ejemplo 2: “yo soy perfecta”

Cuando se hacen varias versiones de un documento en cuya elaboración intervienen distintas personas, hay quien “se ve obligado” a tachar con saña lo escrito, a corregir en rojo, o incluso a corregir lo ya corregido escribiendo lo mismo. Detrás, dentro, se puede adivinar la figura de un Torquemada de “la lengua con sangre entra” que va a machacar a su víctima con correcciones, y esta a su vez a los que trabajan con ella.

También ocurre fuera de la oficina

Identificar fuera al torturador que se lleva por dentro también puede ocurrir con relaciones no laborales: se puede caer en el influjo de la dominación de la madre, el padre, el marido o la mujer, o incluso de los propios hijos: basta con que una parte inconsciente de la persona opine que la otra parte se merece el despotismo con el que ese tercero le trata.

En todo caso, si aislamos nuestros comportamientos “autoesclavizantes”, podemos detectar mejor nuestra tendencia, en lugar de centrarnos sobre quien la proyectamos. Algunos ejemplos:

Ejemplo 1: “mi casa es la más limpia y ordenada”

Puedes observar a una persona tratar la limpieza y el orden de su hogar como si en vez de ser quien vive allí fuese una persona “del servicio” que puede recibir una gran bronca o el despido si hay una sola cosa fuera de su sitio o si “no se puede comer en el suelo” de su cocina.

Ejemplo 2: “soy la mejor madre”

Puedes ser una madre agotada con complejo de mala madre que aun así: asiste a todas las reuniones, confecciona los disfraces de sus hijos, acude a todos los cumpleaños, está al tanto de los últimos cambios en el currículum, etc. Desde fuera se ve a esta persona totalmente agotada, sobresaturada, estresada, y se percibe que no está disfrutando en absoluto de la fiesta.

¿Qué es lo que tu verdugo te prohíbe hacer?

Es conocido que, cuando alguien planta cara a otra persona muy dominante, las relaciones entre ambas cambian, y normalmente mejoran. La persona no dominante descubre que “no es tan fiero el león como lo pintan” y se empieza a relajar, respira hondo y toma las riendas. ¿Cómo? Desde el adulto, sin reaccionar a lo que la otra persona dice o hace, respondiendo a la propia dignidad.

Se trata de plantar cara, precisamente, a este perpetrador interiorizado e inconsciente. Se detecta su inquietud cuando se rompe la norma a propósito: no seguir un horario previamente planificado, pisar un suelo recién fregado, irse del trabajo a la hora, no barrer una pelusa que se ve en el suelo…


Me encantaría conocer vuestras opiniones: ¿cómo tratarías tú a otra persona? ¿Qué libertades le permitirías que tú no te permites? ¿Puede salir a fumar durante su jornada laboral? ¿Puede estar cinco o diez minutos “en la parra”, mirando al infinito? ¿Puede ir a un spa? ¿Puede permitirse la imperfección? ¿Puedes tú?


Commentarios

2 respuestas a «Cuando te excluyes de tu propia bondad»

  1. […] con la idea de que albergamos dentro a un verdugo capaz de tratarnos como el peor Torquemada, este artículo trata de aquell@s que encuentran fuera […]

  2. […] Precisamente, de esto va actuar desde el estado adulto: tomar conciencia de las acciones y de sus consecuencias. Nada más. Nada menos. No se trata de torturarse o excluirse de la propia bondad. […]