El apego a las costumbres

Los grandes gurús suelen decir que el apego es malo, por ejemplo, dicen:

El apego corrompe.

El apego es el origen del sufrimiento.

Y yo me pregunto: si no hay apego, ¿seguimos siendo humanos? ¿Cómo reacciona una persona sin apego cuando pierde a un ser querido?

¿Apego a las costumbres?

 

Una pareja pasea a su perro por el campo

Pienso que una buena parte del apego no está dirigido a los seres queridos sino a las costumbres, rituales o rutinas relacionados con ellos.

De esta manera, es fácil comprender por qué una persona puede echar más de menos a su perro que a un familiar, ya que sus costumbres, rituales o rutinas están asociados a su mascota con una frecuencia diaria y de forma intensa: se levanta pronto porque tiene que sacar al perro, cuando vuelve a su casa es el primero que le recibe y el que más alegremente lo hace, está pendiente de la hora que es para sacar de nuevo a su perro por la tarde o por la noche… Algunos rituales son muy sutiles (y frecuentes), como dirigir la mirada al cacharro del agua a ver si hay que rellenarlo o recorrer con la mirada el salón a ver dónde está durmiendo el animal.

Hay entonces dos factores en el apego a las costumbres: la frecuencia y la intensidad.

Una pareja que los primeros meses tiene muchas relaciones sexuales luego puede observar que la intensidad va disminuyendo y con ella la frecuencia, con lo que el ritual se desdibuja, el hábito se pierde.

Incomodarse para explorar el mundo

Cualquier costumbre, aunque no esté relacionada con nuestros seres queridos, nos produce el mismo apego y por tanto la misma incomodidad cuando nos vemos obligados a abandonarla. Por ejemplo, cuando se viaja, cuanto más apegado se esté a las rutinas diarias, peor se pasará estando fuera de casa, incluso sin salir del país.

Sin embargo, nuestra facilidad para estar cómodos en la incomodidad es asombrosa: simplemente se trata de repetir una conducta durante unos segundos. En seguida nos acomodamos a esa conducta, por molesta que pareciese en un principio. Con el tiempo, automatizamos rutinas que hacen más fácil la vida.

Incomodarse renueva y refresca las vivencias. Si retomamos la pareja que los primeros meses hacía el amor apasionadamente, veremos cómo pronto establecen una serie de rutinas muy cómodas y agradables. Estas mismas rutinas, poco a poco, sustituyen la creatividad de improvisar a cada momento, se va perdiendo “la chispa”, lo que era agradable se convierte en la primera objeción que se les viene a la mente cuando piensan en el otro. En seguida afirmamos:

Es que siempre (hace/dice) esto o lo otro…

…mientras que la otra persona está pensando exactamente lo mismo de nosotros/as. Nos convertimos en personas muy aburridas cuando nos apegamos a la rutina.

A mi perro le gusta la rutina

Es una afirmación que puede hacer cualquiera que tenga mascotas: su perro o su gato hacen siempre lo mismo, a las mismas horas. Los rituales se repiten, el perro oye “¡Vamos a calle!” y salta y hace las mismas manifestaciones de alegría cada vez.

Así que nos podemos sentir tranquilos: otros mamíferos también repiten sus conductas. En el caso de estos animales, no parece que les aburra o les irrite, al revés, parece que les gusta. Viven por rutinas, de manera robótica, y parecen felices con ello.

Debe de ser que no somos perros después de todo… A la pareja que se conoció en el primer bloque, le diremos que procure seguir incomodándose, sorprendiéndose mutuamente, explorando cosas nuevas, variando las costumbres que son tan agradables, recomenzando cada día como si hubiera que conquistar a esa persona de nuevo.

Y al dueño del perro/gato le digo que disfrute de las costumbres asociadas a su mascota mientras explora el mundo en otros momentos, en esos momentos especiales que nos distinguen un poco del resto de animales.