El capital pesado y el capital liviano

¿Qué implicaciones tiene crecer en un mundo de apps?

Un mundo hardware

Yo crecí en un “mundo hardware”.

Una ferretería americana puede tener un cartel que reza: “Hardware”. Porque eso es lo que significa esta palabra, la ferretería, las herramientas, las cerraduras, los cacharros, la cubertería… Lo que en este post hago ampliable a lo que es de metal.

Hace unos días necesité escribir y echar una carta (de verdad, de papel) al buzón de Correos. Me di cuenta de que en mi mente no había ningún buzón de correos en las calles que suelo frecuentar. Empecé a dudar incluso de su existencia en el mundo actual: quizá ahora las cartas se envían directamente desde las oficinas de Correos y han desaparecido los buzones, al igual que la mayoría de cabinas telefónicas.

Era un fenómeno contrario al que se dice que sucedió cuando las naves de Colón no eran percibidas por los nativos indianos, al no coincidir con nada que hubieran visto antes. Según esta página, pensaron que eran casas. Pues mi vivencia era haber dejado de ver buzones por haber dejado de necesitarlos.

Mi aprendizaje ocurrió en un mundo lleno de “hardware”, tanto en el exterior, la cabina, el buzón, los bancos de sentarse (están en extinción en las plazas modernas), como en el interior, el teléfono fijo, la cámara de fotos y su carrete, el vídeo VHS o el Betamax, la máquina de coser o incluso los libros…

Hay otro fenómeno igualmente curioso: en mi mente existen aún cabinas telefónicas “fantasma”. Paso por una calle y veo la cabina desde la que llamaba a mi amiga del instituto, solo que la cabina ya no está y no hay rastro de que hubiera estado jamás. ¿Dónde está? ¿Acaso ha corrido el mismo destino que la cabina que albergó a José Luis López Vázquez?

Cartel de la película La cabina, de Antonio Mercero

Mi aventura con el envío de la carta continuó con la siguiente duda: ¿se seguían vendiendo sellos en los estancos? Y, de ser así, ¿dónde hay un estanco? Igualmente, el estanco era un lugar que frecuentaba cuando adquiría el abono transportes y también los sellos, esos que ahora no tenía ni idea de cuánto podrían costar.

Un mundo software

Los llamados nativos digitales son eso, personas nacidas entre el “software”, en un mundo que realmente es plano (texto + imagen), que no pesa aunque ocupe y que, como ya nos contaba Zygmunt Bauman, es líquido, en lugar de un mundo en el que el capital es sólido, tangible y muy denso, pesado.

¿Reconoce un niño de primaria el buzón como objeto? ¿Sabe lo que es una cabina telefónica? ¿Le serviría de algo? Es posible que no lo sepa, pero señale con rapidez cómo buscar un vídeo en YouTube o qué aplicaciones usar para jugar gratis.

Al pensar en un mundo liviano, de cristal líquido, me viene a la cabeza una distopía futurista que vi hace años, es un corto de Eran May-raz y Daniel Lazo:

Como vemos en este corto, la realidad aumentada y las aplicaciones que el protagonista ve con sus lentillas completan el mundo real y lo gamifican (añaden elementos de juego).

Me da la sensación de que la vivencia de un “mundo software” oscurece la realidad tangible, haciéndola más apagada y gris. Puede que esta sea la razón por la que el cine es cada vez más mortecino en sus imágenes, algunas películas son casi en blanco y negro. Los que crecimos en el “mundo hardware” lo hicimos viendo películas de colores vivos, emociones alegres y amor, sexo. Hasta las películas que no tenían como fin hacer reír (las de aventuras, acción, ciencia ficción) tenían en general una buena dosis de humor y otra de romanticismo.

El humor y el amor han desaparecido del cine.

Este cambio en la forma de ver el entorno tal vez se deba a la sensación de que el mundo está oscuro frente a lo luminoso de las pantallas de nuestros dispositivos, o a que simplemente no prestemos atención a lo que nos rodea y por eso lo veamos como apagado, o que lo que nos rodea no sea fuente alguna de satisfacción sino de sufrimiento (cambio climático, crisis económica y política, precariedad, distancia entre ricos y pobres…) y volvamos la vista a las divertidas, superficiales y vacías apps y redes sociales.

Quizá cabe una reflexión: ¿qué fue antes, el oscurecimiento del mundo tangible o la aparición del mundo intangible?

Esas actividades para las que el hardware seguirá siendo hardware

A pesar de la cantidad de distopías que se filman, tipo Black Mirror, en las que parece que vivimos ya inmersos en ese mundo líquido, en ese espejo negro, hay una serie de actividades para las que parece necesario seguir contando con el capital pesado… y con la ferretería. Se me ocurren:

  • Cocinar. La olla, la cacerola, los cacharros en general. Ninguna app puede hacernos prescindir de ellos. El microondas es igualmente aparatoso.
  • Fabricar. Cualquier objeto que necesite un proceso de fabricación necesita o se convierte en hardware.
  • Dormir. Sin colchón, sillón, sofá, jergón… no somos nadie. A ver quién duerme en el mundo líquido.
  • Amueblar. Tanto espacios de consumo como bares, restaurantes, hoteles, etc. como la propia casa. Por muchas Alexas que tengamos distribuidas, nos harán falta unos muebles para sentirnos a gusto.
  • Viajar. A pesar de los avances en inteligencia artificial y otras tecnologías similares, lo cierto es que no se han inventado los viajes que vendía Rekal, Incorporated en el relato que dio lugar a Desafío total. Así, hay que viajar de verdad en objetos complejos y pesados: coches, autobuses, trenes, barcos, aviones…

Me gustaría conocer tu opinión. ¿Qué preguntas o reflexiones te surgieron mientras leías este post?

Como siempre, te agradezco mucho que te tomes el tiempo tanto para leer el artículo como para compartir tus pensamientos en comentarios.


Commentarios

3 respuestas a «El capital pesado y el capital liviano»

  1. […] un tiempo os hablé de la historia de Florence Lawrence, que conocí hace 3 años. A raíz de lo que descubrí, escribí un relato que presenté a varios […]

  2. […] Y ahora, la distopía: la plaza está vacía. La gente va a los centros comerciales, donde el único sentido de la acción es consumir, donde muchas veces, los únicos asientos disponibles son los que obligan a tomar una consumición. La plaza es ahora un lugar que hay que recorrer a toda prisa, porque está expuesto: no tiene árboles, está fuertemente iluminada por la noche, no hay bancos para sentarse y no hay un rincón para refugiarse, no sea que hagas el vago y maleante. Esto de la plaza no es mío, lo cuenta otro de nuestros amigos, Zygmunt Bauman, en Modernidad líquida (1995). […]

  3. […] El capital pesado y el capital liviano […]