Cada vez más, voy teniendo sensaciones de los veranos largos después del colegio, días en que el tiempo no estaba estructurado. O de temporadas en la casa del pueblo, en pleno invierno, en la que estábamos dentro la mayoría del tiempo. Momentos en que el aburrimiento daba paso a la creatividad. El momento presente se alarga hasta el infinito en la espera. Ahora puedo contemplar a los paseadores de perros y a los pájaros.
La creatividad primera ha podido ser compulsiva, ansiosa. Después, el inevitable vacío, un hueco cada vez más grande. Y este hueco da paso a la lectura reflexiva, en que se puede releer un párrafo, subrayarlo, apartar la vista del libro para dejar que las palabras se posen. Este espacio permite también escuchar una canción tras otra, prestando atención, sin otro fin que escucharlas, sin que sean el ruido de fondo de otra actividad. Permite ver películas de tres horas de duración.
Así, algunas personas hemos pasado de buscar frenéticamente llenar el tiempo con actividades online (cursos, conciertos, comprobación continua de tendencias y noticias y mensajes) a buscar la introspección.
Atrapados en un espacio
Al principio me acordaba de Atrapado en el tiempo, atrapada en el espacio de cuatro paredes que pueden albergar un mundo. Las similitudes son muchas, el protagonista no puede tampoco salir del espacio en que se encuentra, el pueblo de Punxsutawney. Solo puede explorar al máximo todo lo que hay disponible en ese espacio en ese tiempo.
También están las evocaciones a las historias de náufragos, Robinson Crusoe por antonomasia. Náufragos de islas y náufragos del espacio, esos astronautas que están solos en una nave gigante por la que se ejercitan corriendo.
Los escritores salen en la tele, dicen: “mi vida no ha cambiado tanto, hago más o menos lo mismo”. Los que ya pasábamos largo tiempo en casa y trabajábamos en ella, no notamos tanto la diferencia. Quizá nos hemos podido adaptar mejor. Quizá nuestras actividades introspectivas se han hecho más intensas. No dejan de estar descompensadas, falta lo social, el contacto con familia y amigos, los largos paseos que estimulan la conexión de ideas, las charlas con otros en los cafés.
Las personas extrovertidas, de acción, o cuyas vidas consistieran en viajar, hacer deporte, reunirse, etc. han debido de sentir un cambio doloroso, radical. Las personas que necesitan salir o hacer deporte para sentirse vivas, que tienen cierta claustrofobia, tendencias nómadas… ¿Qué pueden hacer ahora? Ahí hay un duelo.
Duelo por la pérdida de tanto
La gente llora. A pesar de que tratamos de tapar lo que hay, de vez en cuando no podemos sino dar paso al duelo por la pérdida de tanto en tan poco tiempo. Vi este tuit:
Hay mucha pérdida en todo esto, hay dolor, nuestros familiares nos dejan o enferman, o somos nosotros mismos/as. Y para frenarlo, perdemos otra cosa, la libertad, perdemos el contacto humano, perdemos la necesidad de mirarnos al espejo para luego mostrarnos al mundo y perdemos las rutinas de las que nos quejábamos, pero que nos resultaban cómodas.
Vemos cómo se cierra un negocio tras otro, o es el propio, intuimos las consecuencias económicas de la situación, las que ya se están dando y las que se darán después. Como comentaba Iñaki Gabilondo en Late Motiv, esto no se va a acabar un cierto día a las 7 de la tarde, hay un después de reinicio que no es automático.
Después, nada será igual. A pesar del intento por continuar, las circunstancias se han puesto en contra: no se puede continuar, se ha acabado, esto es un precipicio, un corte abrupto del terreno de la continuidad, toca dar un salto. ¿Qué habrá al otro lado? No se sabe, es un salto a ciegas.
Lo de atrás, quedó atrás. Lo que vivimos ahora es lo único que hay, una situación totalmente extraordinaria, inesperada, inconcebible antes de que sucediera (un Cisne negro, diría nuestro Taleb). Y lo que vendrá después habrá de ser construido con la acción. No se podrá enlazar con lo anterior como si no hubiera pasado nada. Porque mucho y muchos se caen por el precipicio y allí quedan.
Por eso, a veces, se necesita llorar la pérdida constante, se necesita aceptar profundamente lo que hay, sin desviar la mirada hacia ningún otro sitio.
El contraste entre las emociones y el “hay que”
Trato de huir del “hay que” relativo a cómo vivir esta situación: hay que mantener una rutina, hay que hacer ejercicio, hay que animarse, hay que recordar que esto es una situación pasajera,… Los consejos contrastan con la sensación de pérdida o la necesidad de introspección, de dejar que el aburrimiento estimule un pensamiento más profundo, un contacto real con uno mismo/a.
Una de las tendencias es mostrar la intimidad al mundo, de manera que el refugio de introspección deja de serlo.
Los programas de televisión han de hacerse desde casa, salvo los telediarios, y entonces los presentadores se muestran con ropa cómoda en el salón de su casa, y a mí esto me cuesta aceptarlo. Yo llevo ya cuatro años trabajando desde casa y, por temporadas, lo había hecho antes. Y no, no atendía las videollamadas en chándal. A lo sumo, mi gata se colaba por delante de la cámara. Quizá haya algo interesante en haber dejado de fingir un aspecto profesional o formal, si es que esta tendencia se queda.
Como conclusión, no pienso que sea “malo” dejarse llevar por lo que se está sintiendo, ni tampoco que sea malo dejar de estructurar el tiempo como antes. La estructura y las rutinas no permiten ver. Y ahora hace falta mirar.