La lista de lo que nunca sucede

Una de mis listas de tareasArrastro una lista de tareas, de “buenas acciones” que sin embargo nunca suceden.

La mayoría de ellas son tareas que estaría bien o muy bien hacer, pero que no son cuestión de “vida o muerte”, o siendo menos exagerados, no impiden que siga viviendo cómodamente.

Sobre todo eso, estas tareas en muchas ocasiones se contraponen a la comodidad, lo cómodo parece atraerme como un imán, resultando lo más placentero que se puede hacer.

La lista de tareas se sitúa en un futuro incierto que nunca llega, y al tiempo nos saca continuamente del aquí y ahora.

Cabe preguntarse si es necesario realizar las tareas de la lista, o si es necesario si quiera mantener una lista. La mayoría de estas buenas acciones que nunca acaban de realizarse no parecen provenir de mi voluntad de hacer lo que mi misión me pide, sino más bien de un esfuerzo extra no justificado, una “fuerza de voluntad” de la que tira de riñones.

¿Qué contiene esta lista de tareas?

La lista contiene actividades y tareas variopintas. Un ejemplo: comprar el cartucho magenta de la impresora. Pues… no, no suelo imprimir en magenta, más bien, imprimo en negro sobre blanco. Resulta que la impresora que tengo es muy señorita, y no se digna a imprimir en negro si no tiene dentro de sí un cartucho de tinta magenta. ¿Mi solución hasta ahora? Me acerco a la copistería y hago unas copias. Sería más económico comprar el cartucho magenta, pero resulta mucho más cómodo acercarse a la copistería.

Otro ejemplo: leer un libro concreto. El libro está sobre la mesa, de hecho, hay varios libros sobre la mesa. Ha habido libros que, una vez abiertos, he leído tan rápido que han superado al que está sobre la mesa cogiendo polvo. Los libros “exitosos” van pasándole por encima al otro, literalmente, se apoyan sobre él y lo dejan en un segundo plano que hace el efecto de que el libro ha desaparecido. Pero resulta que leer este libro es una “buena acción” relacionada con unos estudios, o con un plan de carrera. Y por eso sigue sobre la mesa, ajeno a lo que le mantiene tan cerca y tan lejos de los libros que merece la pena leer.

Algunas tareas se caen por su propio peso, como lavar el coche. ¿Sirve de algo? Realmente tengo mis dudas. Sin embargo, cuando ofreces a las amigas que esta vez llevarás tú el coche para ir al gimnasio, por ejemplo, quizá realices esa tarea y consigas tacharla de la lista: al fin y al cabo, el coche lo lava una máquina o lo lava otra persona.

Sucede en casa, sucede en la oficina

Cuando estás en una oficina durante 8 horas al día como mínimo, haces muchísimas tareas de una lista de absurdeces. La empresa avanza “a pesar” de este tipo de tareas que no sirven para nada. Una de las tareas más absurdas suele ser leer y responder al correo. Puede parecer que envío a la papelera de lo absurdo algo muy importante, como es la comunicación. Pero no. La prueba está en que, cuando estás de baja unas dos semanas, a la vuelta la mayoría de correos estériles han dejado de llegarte, y curiosamente, las personas han conseguido solucionar sus propios problemas sin ti. O bien, revisas una conversación que comprende unos setenta correos y ves cómo en ese diálogo propio de Samuel Beckett, se van resolviendo unos temas, y otros van quedando dolorosamente atrás, formando parte de una lista de lo que nunca sucede similar a la que yo arrastro por casa.

¿Cuál es entonces el fin de las listas de tareas?

Pienso que se trata de acallar los sentimientos de culpabilidad por no estar haciendo lo realmente importante, que curiosamente no se logra realizar debido a estas listas…

A mi mente vienen dos referencias:

  • Primero lo primero, de Stephen R. Covey, algo que se ha trastocado hasta la náusea, porque con el razonamiento bienintencionado de que primero ha de hacerse lo que es importante, las organizaciones cuelan en este “primero” aquello que ni es importante ni lleva a ningún objetivo importante para la persona que tiene que realizarlo.
  • No estés ocupado, de Scott Young, que explica cómo en sus retos más importantes tenía la agenda de su día a día prácticamente vacía. Esto no significaba que no hiciese nada, podía estar doce horas haciendo lo mismo.

Entonces, lo realmente importante es lo que es crucial, básico, ineludible para ti. Para nadie más, para ninguna institución, ni para la sociedad, ni para las amigas que verán el coche sucio. No, para ti. Y ahí puedes darte cuenta de que lo que está en la lista de lo que nunca sucede no es en absoluto crucial, básico, ineludible para ti.

Busca tu voz interna, y encontrarás una lista muy corta, tal vez de un solo elemento, por lo que ya no necesitas una lista. Eso sí, necesitas enmarcar en algún sitio visible la frase o palabra que viene a tu mente, para no dejar de realizar lo que sí eres tú, para no perderte en listas de tareas que te mantienen ocupado/a y te hacen creer que eres productivo/a o que estás haciendo algo de valor.

Me gustaría conocer tu opinión, ¿te ocurre lo mismo? ¿Las listas de tareas te persiguen? ¿Tal vez se trata de miles de post-its? Deja un comentario.


Commentarios

Una respuesta a «La lista de lo que nunca sucede»

  1. […] tarea que preceda al descanso y al disfrute. Y si se termina, surge otra, y luego otra, quizá una lista de tareas […]